Con produndo pesar la ciudad amaneció con la triste noticia del fallecimiento de Don Ángel Roig. Encuentro en las palabras del amigo Nino Ramella, las expresiones más certeras y oportunas para honrar su memoria:
ANGEL ROIG, EL ÚLTIMO SUBVERSIVO
ANGEL ROIG, EL ÚLTIMO SUBVERSIVO
Murió Angel Roig y con él -al menos para mí-, el último exponente de una generación que entendía a la política como un camino personal de sacrificios con un sólo fin: el bien común. Acaso pueda pensarse que la muerte redime de cualquier falta y que habilita a las ponderaciones y clausura los reproches. Pueden pensar eso quienes no lo conocieron. Yo no
Me pregunto qué hubiera deseado Ángel que dijeran sus obituarios. Tal vez que le tocó instalar en nuestra ciudad los resortes de una democracia paralizada durante tantos años. Que tuvo que sortear tremendas tempestades económicas provocadas por la hiperinflación y que aún así terminó sus dos gestiones dejando una Municipalidad saneada.. Que puso énfasis en los barrios más periféricos. Que dejó obras…
Seguramente no entendería ni aprobaría lo que aquí tengo para decir. Porque se asombraría de que alguien pudiera hablar de virtudes que se descuentan, que no vienen al caso destacar. Para él sería un absurdo que alguien se detuviera a describir las condiciones morales de un gobernante. Sencillamente reflexionaría que el empeño de perseguir el bien común es consustancial a la naturaleza de la política.
Aprendí ese concepto primero cuando era un adolescente y militaba bajo su liderazgo. Luego cuando trabajé a su lado en funciones de gobierno. Me considero un privilegiado por haber pertenecido a su íntimo círculo. Pero sé muy bien que yo no conocí a un Roig distinto al que cualquier ciudadano pudo conocer. Fusilados de sospechas cruzadas en la que nos acostumbramos a vivir, cualquiera puede creer hoy que una cosa es lo que se dice y muy otra cómo se actúa o se siente. Se equivocaría.
Participé de incontables reuniones de gobierno. Las hubo gratas y otras no tanto. Muchas implicaban dilemas, desafíos. El poder condena a la soledad. Las decisiones las toma el jefe político, aunque se busque el consenso. Quienes más lo conocíamos acompañábamos cautelosos sus cavilaciones. Nunca las incertidumbres se motivaban en algo que no fuera decidir lo mejor para el conjunto de los marplatenses.
Dirán muchos que era un animal político y que difícilmente dejara de especular en ese campo durante su gestión de gobierno. Quienes eso piensan sencillamente extravían la razón de ser de la política. La política decididamente no es estar pensando a cada instante en cómo llegar al poder o cómo sostenerse en él. Quien no se empeña en transformar la sociedad pensando en el bien común no es un político, es un burdo salteador del poder.
Jamás oí de sus labios impulsar alguna acción que le diera visibilidad mediática a las acciones de gobierno, que no sean la de informar a la comunidad sobre lo que se hacía. Se hubiera arrebatado de pudor si alguno de sus colaboradores lo ponderara públicamente, como ocurre a veces con los genuflexos ditirambos que de manera obscena pretenden satisfacer –inútilmente- la vanidad de algunos dirigentes.
Aprendí a su lado lo que quiere decir un concepto que ya ni siquiera forma parte de la retórica discursiva: austeridad republicana. Quisiera saber qué le dicen hoy a un joven esas dos palabras. Yo sé qué quieren decir. Lo incorporé trabajando al lado de Ángel. Era obsesivo con el control de lo que la Municipalidad gastaba. Lo era al punto de que la descripción de ese empeño en cuidar cada peso sería ridiculizado por quienes hoy afirman con petulancia que los resortes de la real politik pasan por otro lado.
Fue generoso en muchos otros sentidos. Lo saben bien los hermanos cubanos, que fueron beneficiados por la grandeza de un hombre que resolvió resignar en su favor la sede de los Juegos Panamericanos que Mar del Plata tenía asegurados en 1991 y que finalmente concretó en 1995. Su gesto, pacificador y grandioso, fue reconocido en todo el continente.
Ángel, te recordaremos sabiendo que no quedamos huérfanos. Así quedamos cuando el que se va no deja nada. En cambio nosotros atesoraremos la herencia que hoy parece revolucionaria y nos empeñaremos en conjurar la desesperanza que encierra el título de estas líneas para que contigo no desaparezca el último subversivo.
Me pregunto qué hubiera deseado Ángel que dijeran sus obituarios. Tal vez que le tocó instalar en nuestra ciudad los resortes de una democracia paralizada durante tantos años. Que tuvo que sortear tremendas tempestades económicas provocadas por la hiperinflación y que aún así terminó sus dos gestiones dejando una Municipalidad saneada.. Que puso énfasis en los barrios más periféricos. Que dejó obras…
Seguramente no entendería ni aprobaría lo que aquí tengo para decir. Porque se asombraría de que alguien pudiera hablar de virtudes que se descuentan, que no vienen al caso destacar. Para él sería un absurdo que alguien se detuviera a describir las condiciones morales de un gobernante. Sencillamente reflexionaría que el empeño de perseguir el bien común es consustancial a la naturaleza de la política.
Aprendí ese concepto primero cuando era un adolescente y militaba bajo su liderazgo. Luego cuando trabajé a su lado en funciones de gobierno. Me considero un privilegiado por haber pertenecido a su íntimo círculo. Pero sé muy bien que yo no conocí a un Roig distinto al que cualquier ciudadano pudo conocer. Fusilados de sospechas cruzadas en la que nos acostumbramos a vivir, cualquiera puede creer hoy que una cosa es lo que se dice y muy otra cómo se actúa o se siente. Se equivocaría.
Participé de incontables reuniones de gobierno. Las hubo gratas y otras no tanto. Muchas implicaban dilemas, desafíos. El poder condena a la soledad. Las decisiones las toma el jefe político, aunque se busque el consenso. Quienes más lo conocíamos acompañábamos cautelosos sus cavilaciones. Nunca las incertidumbres se motivaban en algo que no fuera decidir lo mejor para el conjunto de los marplatenses.
Dirán muchos que era un animal político y que difícilmente dejara de especular en ese campo durante su gestión de gobierno. Quienes eso piensan sencillamente extravían la razón de ser de la política. La política decididamente no es estar pensando a cada instante en cómo llegar al poder o cómo sostenerse en él. Quien no se empeña en transformar la sociedad pensando en el bien común no es un político, es un burdo salteador del poder.
Jamás oí de sus labios impulsar alguna acción que le diera visibilidad mediática a las acciones de gobierno, que no sean la de informar a la comunidad sobre lo que se hacía. Se hubiera arrebatado de pudor si alguno de sus colaboradores lo ponderara públicamente, como ocurre a veces con los genuflexos ditirambos que de manera obscena pretenden satisfacer –inútilmente- la vanidad de algunos dirigentes.
Aprendí a su lado lo que quiere decir un concepto que ya ni siquiera forma parte de la retórica discursiva: austeridad republicana. Quisiera saber qué le dicen hoy a un joven esas dos palabras. Yo sé qué quieren decir. Lo incorporé trabajando al lado de Ángel. Era obsesivo con el control de lo que la Municipalidad gastaba. Lo era al punto de que la descripción de ese empeño en cuidar cada peso sería ridiculizado por quienes hoy afirman con petulancia que los resortes de la real politik pasan por otro lado.
Fue generoso en muchos otros sentidos. Lo saben bien los hermanos cubanos, que fueron beneficiados por la grandeza de un hombre que resolvió resignar en su favor la sede de los Juegos Panamericanos que Mar del Plata tenía asegurados en 1991 y que finalmente concretó en 1995. Su gesto, pacificador y grandioso, fue reconocido en todo el continente.
Ángel, te recordaremos sabiendo que no quedamos huérfanos. Así quedamos cuando el que se va no deja nada. En cambio nosotros atesoraremos la herencia que hoy parece revolucionaria y nos empeñaremos en conjurar la desesperanza que encierra el título de estas líneas para que contigo no desaparezca el último subversivo.
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